Terruño: La temperatura, el Sol y sus mitos

Fotografía de James Whitesmith

¡Sígannos, no se pierdan, cuidado con esta entradilla, no se vayan a dar con el titular, procuren no quedar cegados con el deslumbrante sol de la imagen principal. ¿Ya están todos? Bien, continuaremos adentrándonos en la comprensión del terruño y, por si fuese poco, hoy visitaremos a algunos dioses, atúsense el pelo, acicálense lo necesario, por favor, comprendan que estas deidades son realmente arcaicas, al menos tanto como los orígenes del ser humano y son muy dadas a los ceremoniales y aunque sus ritos ya parecen olvidados, aún se regocijan al vernos postrados ante la congoja de nuestra incomprensión. Para llegar hasta aquí hemos partido de la definición general del terruño, para lo que nos tuvimos que arrastrar por los suelos, proseguimos preguntándonos por la influencia del clima y, ahora, pretendemos indagar sobre el influjo del astro rey y la temperatura, acompáñennos. 

El Sol y su mitología

El Sol ha sido de siempre una deidad recurrente. En la antigua Grecia era Helios quien atravesaba el firmamento en su carro tirado por briosos corceles de los que emanaban ígneas llamaradas. Pero también Apolo cumplió con el papel, bajo su epíteto de Febo (brillante). En Egipto fue Ra, no sólo dios del sol, también del cielo, más aún ¡origen de toda vida! y al igual que otras de estas veneradas divinidades, sumo responsable del ciclo de la vida, muerte y resurrección. Dicha renovación constante traía implícita una amenaza continua visión pesimista que se transluce a través de los himnos y que, siempre así lo he creído, entronca con el pesimismo inherente al agricultor. Los sumerios, a su vez, tenían a Utu (luz), a quién rendían culto como Shamash en Mesopotamia, dios del sol, pero también de la justicia, sabedor de los secretos y regulador de las estaciones. Para todos ellos, igual que para los hititas, el sol simboliza la regeneración, la alegría de vivir. Para los aztecas el Sol representaba el sacrificio, la muerte que renace eternamente. Dioses de vida, muerte y resurrección, al igual que Cibeles, emparentada al resto de diosas de la Tierra, Gea la diosa primigenia, la griega Rea, o la Magna Mater romana, de origen frigio, sin olvidar a la Pachamama incaica.

Insolación

La luz que reciben las plantas en general es fundamental para el más importante proceso que llevan a cabo, la fotosíntesis, por el cual el dióxido de carbono y el agua, son transformados en oxígeno y azúcar. A más horas de sol que reciba la vid, mayor será su crecimiento y la fertilidad de sus yemas. También mayor su agostamiento y la materia colorante que llevarán sus bayas. Tal como indicábamos en el artículo anterior sobre esta seríe dedicada al terruño, la vid necesitaría alrededor de unas 1.200 / 1.400 horas de insolación, durante el crecimiento vegetativo de la planta, para su correcto desarrollo.¡

Temperatura

De notable influencia en la maduración de la uva, también hay tener en cuenta su periodicidad. Así, durante la fase de desarrollo de la baya, los contrastes de temperatura, por ejemplo entre el día y la noche, favorecen una lenta maduración en pro de unos vinos finales de mayor calidad.

Fotograía de Cyril Bosselut (BOSSoNe0013)

Fotograía de Cyril Bosselut (BOSSoNe0013)

Calor

Una fuente importante de este calor proviene, ¿lo han adivinado?, pues sí, del sol, pero sólo se trata de una fuente directa del calentamiento para la planta, también puede provenir del reflejo del propio suelo en el que esté la vid, como por ejemplo ocurre con la licorella en el Priorato, o también por corrientes de aire cálido, pero del viento ya nos ocuparemos en próximos artículos.

Frío

Uno de los peores enemigos del viticultor son las heladas, especialmente en épocas concretas del calendario, como la primavera o a comienzos del otoño, pues por su culpa se paraliza el ciclo vegetativo de la vid. Cuando se habla de heladas, uno tiende a pensar en temperaturas bajo cero, pero aquí nos bastaría con inferiores a los 4º C. Pero no todo es negativo, en viñedos con altos contrastes de temperaturas o inviernos fríos, la propia vid tiende a proteger su fruto dotándole de una piel más gruesa, lo que dará al vino mayor cantidad de antocianos. Pero no es este el único aporte positivo de las bajas temperaturas, en el tiempo previo a la brotación, gracias al frío la vid permanecerá protegida contra las plagas de insectos y ácaros. Además, durante el invierno, la nieve aportará el agua requerida durante las estaciones venideras.

Gracias por habernos acompañado hasta aquí, esperemos que no se hayan constipado con tanto cambio de temperatura. Aquí les esperamos para la siguiente entrega en la que procuraremos ofrecerles algún que otro chapuzón con el que refrescarse, hasta entonces procuren hacer la espera más corta con un buen vaso de vino.¡

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