Mandrágora: vinos de pueblo y para el pueblo

By 7 octubre, 2016Desván, Enoturismo

Muchos hemos cantado junto al Robe (Extremoduro) eso de que “hay que dejar el camino social alquitranado, porque en él se nos se nos quedan pegadas las pezuñas”, pero una cosa es desgañitarse y dejarse la voz y otra “volar libre, libre al sol y al viento” y dejarse los ahorros.

Vivimos presos de nuestros miedos, cautivos de hipotecas, gastos y responsabilidades. Por eso resultan admirables aquellos que “huye(n) del mundanal ruido, y sigue(n) la escondida senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”. Dejen que les cuente la historia de algunos de ellos.

Amistad

Cuatro puntos cardinales, cuatro orientaciones distintas, pero una raíz común. Cuatro amigos, César, Nacho, Rebeca y Silvia y un nexo de unión, Paco Berciano (todos ellos trabajan en Alma Vinos Únicos). Mucho le debemos a Paco y a su mano derecha, izquierda y lo que se tercie Maribé, los amantes del vino de este país, como por ejemplo el haber transmitido sus conocimientos, pasión y honestidad a todo su equipo de evangelizadores de la buena nueva del vino, que tan necesarios son a la hora de difundir la cultura del vino en este país de abstemios negacionistas.

Créanme, mucho de lo poco que sé de vinos, lo he aprendido al lado de ellos. Dicho esto, está claro que seré subjetivo, pero como siempre, trataré de objetivar mis opiniones.

Borgoña

Dada la admiración que sienten los cuatro por Borgoña, era lógico que si se juntaban para elaborar vino, lo hiciesen con la mente puesta en un monovarietal que transmitiese las peculiaridades de un terruño. Al final se decidieron por la Sierra de Francia, pues César conocía la zona de haber veraneado allí y les propuso apostar por una región sin el prestigio de otras y por una uva olvidada pero con un potencial por descubrir.

Su proyecto Mandrágora Vinos de Pueblo nació en 2012 y aunque en tan corto plazo han logrando cosas seguramente inimaginables para ellos, todavía están en proceso de ir probando, como nos decía bromeando Silvia, de “ir conociendo a la rufete y que la rufete les conozca a ellos”. Por eso en la primera añada de su vino Tragaldabas utilizaron todo el raspón y, como vieron que aportaba algo de verdor que no les terminaba de gustar, decidieron ir despalillando parte de la uva vendimiada en las siguientes añadas.

De igual modo, empiezan a probar diferentes tonelerías, de una casa francesa a otra italiana. Y pese a que ambos depósitos son de roble francés, las diferencias entre ambos son notables con una presencia de la madera más marcada en la segunda. El paso del tiempo y, sobre todo, el paso del vino por ella, diluirá sin duda su actual protagonismo.

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Puede que no fuese una casualidad el que eligieran esta comarca, puede que fuese esta tierra la que les escogiese a ellos. Con su pasión por Borgoña, qué mejor que unas montañas llamadas Sierra de Francia. El origen de su nombre, casi con toda seguridad, se remonta al período de repoblación, allá por el siglo XI, llevada a cabo por Alfonso IV de León junto a su yerno Raimundo de Borgoña, lo que hizo que muchos francos se asentasen en la zona, tal como atestigua la pervivencia de apellidos como Gascón o de topónimos como el del río Francia. Quién sabe si no serían las citadas huestes del ducado borgoñón quienes nos trajesen la rufete. Una uva también presente en Portugal bajo el nombre de tinta pinheira, precisamente, en la Casa de Borgoña se fundó la monarquía portuguesa, ¿otra casualidad?

La Sierra de Francia

Geográficamente la Sierra de Francia se asienta en lo que en la Era Primaria era un mar tropical. Si no lo recuerdan no se preocupen, de eso hace unos 400 millones de años. Aparte de restos fósiles, dicho período (para más señas el Cámbrico que, por cierto, da nombre a otra bodega muy recomendable de la zona y que además son quienes, de momento, les alquilan un espacio en sus instalaciones) nos ha dejado diferentes tipos de suelos, desde graníticos, a arenosos o pizarrosos, pasando por uno tan peculiar en la zona como la corneana (roca metamórfica, por lo general muy dura, formada por la acción del magma en fusión con algunos minerales, principalmente: feldespato, cuarzo y mica. Cuyo origen etimológico se encuentra en la mítica montaña del Matterhorn). Esto junto a un terreno abrupto, con elevaciones que llegan a superar los 2.000 metros y la confluencia de valles, hacen que el clima vaya desde el atlántico de las partes más altas al mediterráneo imperante en el resto.

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Tragaldabas a base de rufete power

La rufete es una variedad temprana, de producción baja, racimos pequeños y de piel fina, que da vinos de grado alcohólico medio, color picota de capa media y acidez suficiente como para dotar al vino de la estructura y equilibrio necesario. A ellos, con la mente siempre puesta en Borgoña, les recuerda a la gamay y lo cierto es que en alguna de las añadas que pudimos probar de Tragaldabas, sí que vimos semejanzas en su golosidad de piruleta de fresa, en su frescura y ligereza.

Vinos de pueblo

Aunque continúan experimentando, tienen ciertas cosas muy claras, como reflejan en su nombre: Mandrágora vinos de pueblo. Una acepción en vías de ser aprobada por la D.O. Sierra de Salamanca que les ampara y que supone un claro impulso a sus aspiraciones. Hasta ahora han venido embotellando el resultado de diferentes parcelas, situadas en los términos de Miranda del Castañar (granito), Garcibuey (pizarra) y Molinillo (corneana), pero ya están con la idea de separar parte de la uva obtenida en este último pueblo, ojalá pronto nos presenten el resultado y puedan ya llamar las cosas por su nombre y etiquetarlo como un “village” de Molinillo. Nosotros, que tuvimos la oportunidad de probarlo en rama, ya vimos lo acertado de la medida al constatar no sólo las diferencias entre este y el resultado conjunto, incluso al mostrarse con aún mayor nitidez las características de las añadas de 2014 y 2015.

El resultado de su trabajo no se puede definir mejor que como “vinos de pueblo”, vinos de chateo, de trago largo. Aunque precisamente sea en los pueblos serranos, donde los lugareños aún tengan ciertas reticencias ante unos vinos vistos por ellos como “afeminados” para su natural rudeza. No es la única locura que contemplan los lugareños, quienes no salen de su estupor al contemplar viñas donde la naturaleza brota por doquier, en comparación con lo impoluto de sus propios viñedos, corrompidos por los productos de síntesis, pulcros por fuera pero yermos por dentro.

Una lucha por querer ir contracorriente, por querer cambiar las cosas, por querer mejorar en definitiva. Cada vez son más y no están solos, desde la Manchuela a esta Sierra de Francia, pasando por la Ribeira Sacra, llegará un día donde estos cuatro amigos también lograrán embotellar el paisaje.

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